Novela, confesión, memoria y pesquisa itinerante sobre el universo stripper masculino como forma de prostitución viril cuyo objeto, fuente de ganancias y prestigio lumpen es el deseo de ellas, El tamaño de mi mundo es mucho más grande que el tamaño de todo pene, lagarto, morcilla, flauta, salchicha, artefacto, garrote del amor, dispenser de leche, brocha gorda o la que te cuelga, entre otros nombres que aquí desfilan para designar a ese órgano central del sistema. En este mundo, la pija parada reina. Una red de voces sostiene a un narrador hétero y heterosexista, misógino y salvajemente sensual que enarbola su goce de principio a fin en modo alegre y sin culpa, dispuesto a entregarse a una fellinesca orgía de millares de mujeres para su sacrificio pagano. También ofrece consejos de autoayuda para mantener esa voluntad de erección que es voluntad de poder, entrenamientos para mejorar el tono, cálculos de consumo calórico, drogas apolíneas para potenciar el crecimiento y reducir las grasas, químicos androgénicos que se supone inducen el carácter animal en la personalidad humana. Y cruza observaciones sociológicas sobre los strippers como trabajadores sexuales que sueñan con la fama aunque están destinados a la marginalidad. Este mundo de relaciones atravesadas por la mentira, el simulacro y la puesta en escena de artificios para la seducción, con jóvenes competitivos que se prostituyen exhibiendo y refregando en las caras de sus clientas los atributos físicos, gestuales y discursivos de la masculinidad, también tiene sus clientes. Pero estos circulan en un capítulo homosexual que exacerba aún más el aspecto explotador de la relación sensible entre cuerpos dominados por la fantasía –y el miedo– de que te rompan el culo. En medio de la calentura in crescendo se oye la voz secreta de un romántico en el armario, un nostálgico del amor que se sabe perdedor pero igual sostiene su mástil en alto y asegura que siempre hay que depilarse para que el bosque no tape el árbol.