Margarita García Robayo mira el mundo con despiadada atención pero también con suma naturalidad: nunca está completamente afuera de lo que observa o de lo que nombra, y el ejercicio de mirarse en el espejo no la paraliza, más bien al contrario.
Es imposible describir la cruda y cálida irreverencia de su escritura. Sus personajes se parecen entre sí pero tal vez ellos no estarían de acuerdo, porque no quieren parecerse a nadie y a la vez desean fervientemente —en ocasiones a cualquier precio— participar del mundo.
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