¿Qué es una casa/ sino el mapa/ de una guerra secreta? De pronto, en la mansedumbre de lo hogareño, puede entreverse la otredad, una sensación perceptible sólo para quien, habitante y extranjero a un tiempo, dispone sobre las cosas una mirada al acecho. En El sillón y la cama hay una placidez engañosa que, de pronto, deviene alarma, conciencia de la fugacidad, nuestro tránsito. Gustavo Álvarez Nuñez nos interroga: ¿Qué es/lo que/ logrará/ sustraerse/ al manual/ de costumbres? En la incertidumbre, no hay rincón donde uno pueda sentirse seguro. Sobreviene el ocaso que todo lo impregna cuando unas fuerzas declinan / y otras toman el comando. En su poesía Álvarez Nuñez nos señala con atención un paisaje que no sólo nos identifica, sino que asimismo/ nos estigmatiza. Y sin embargo, ante este alerta, cabe la resistencia amorosa en vez de un encierro paranoico. Aquí hay una propuesta estratégica contra el horror domiciliario: la gratitud existencial que resulta pura entrega. Entonces la aceptación de lo inexorable puede convertirse en ejercicio de lucidez. En vez de la actitud de la roca que destruye el torrente, la política del junco. ¿Habla de esto Álvarez Nuñez? No sólo. Porque en su detallismo reside el encanto de los pequeños gestos de reconciliación. Y sin levantar la voz nos advierte que una casa puede ser, además de la máquina Le Corbusier, una placenta musical.
Si un sentido puede tener la escritura consiste en librarnos de un dolor atávico. Joaquín Giannuzzi lo sabía. Y Álvarez Nuñez lo ha escuchado. Su poética no ofrece respuestas. Por el contrario, se inclina al cuestionamiento constante y la observación fijándose en los intersticios de lo cotidiano: De todo/ lo que observamos/ ¿qué quedará? A medida que los versos se suceden, cada día adquiere una voz secreta, y cuando se le presta atención surge entonces la intimidad cómplice que nos redime. Los días dejan de ser iguales, uno ya no es el mismo. Y el mundo tampoco.
Guillermo Saccomanno