Polen en el aire, Edith Vera. Dama de secretos y pañuelos alrededor de quien se tejió una de nuestras últimas leyendas, por lo que le tocó vivir y por sus propias artes de brujería. Entre su tendencia al aislamiento y su necesidad de entrega, entre realidad y fantasía, creó un vasto territorio de subjetividad instalando la única verdad irrefutable: la verdad poética. En la mesa de su historia caben un libro que ríe –hecho con piedras, imposible de cerrar–, un auto dormido donde tres gallinas empollan huevos y metáforas; la casa en que nada se ha perdido nunca pero nada se encuentra, el barco hacia Helsinki donde Violeta Parra lee a su nieta poemas inéditos de Las dos naranjas; versos en boca de los títeres de Sara Bianchi y Mané Bernardo…
Pero todo eso es tinta de personaje. Importa su escritura, los surcos con densidad metafísica donde su capacidad de observación y valoración de lo pequeño, regalan un cosmos tantas veces imperceptible.
Fue en la calle donde Edith tejió encuentros y definió tareas. Repartió palabras desde el asombro, juguetonas, luminosas y sencillas, aun cuando brotaran del dolor. Domésticas, aunque arrearan al mundo.
Muchas páginas proponen una lectura compartida a la vez que íntima: niño y adulto creciendo juntos, restableciendo vínculos con la naturaleza. No es poco lo que nos ofrece este libro con su poesía, reunida hasta donde pudo abrazarse a los vientos que silban.
Mariano Medina
CORREO ARGENTINO
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