La ciudad de Osaka aparece atravesada por la guerra, con escasez de alimentos y el surgimiento de un mercado negro. Geishas, vagabundos y comerciantes recorren sus calles, sobreviviendo a su manera. Odasaku (porque así lo llamaban sus amigos a Oda, y muy pronto nosotros también vamos a querer ser amigos de Oda) aprovecha para hablar de la literatura de su tiempo, de la propia y de la ajena. De ese monstruo enorme que era la censura, que tantas veces lo persiguió y lo alcanzó. El deber de un escritor, al fin de cuentas, es rendirle cuentas únicamente a sus propios fantasmas interiores, y escribir lo que debe escribir.
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