Javier regresa a la casa y a los lugares que habitó hace años. Los perros y la gata no dudan tanto de su identidad como él mismo. También los amigos se han vuelto extraños. Lo que hablan desde la boca no coincide ni siquiera con lo que dicen desde los ojos. Y en el medio del río, como en el medio de la llanura, de la nación o del continente, el cuerpo de una mujer muerta como mensaje y disputa. ¿Qué pasó con ella? Quizás sean la gata y los perros los únicos que no han cambiado y que permanecen iguales a sí mismos, sin la posibilidad de traicionar.
Dolores Reyes
CORREO ARGENTINO
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