ULTIMA VOLUNTAD
Con el llanto fácil, la voz quebrada,
una mujer de párpados caídos
despide rauda a cuantos se han reunido
para verla muerta en su propia cama.
“Que sólo estén a mi lado —les manda—
el juez y nuestro alcalde”, tan temidos
por la gente de aquel pueblo perdido
tras los montes con sus crestas nevadas.
Al punto cumplen su postrer deseo
e intrigada acude la yunta fiera
olvidando agrias pullas y rencores.
Las preguntas se cruzan sobre el lecho.
“Como Cristo en el madero —boquea—
quiero morir entre dos ladrones”.
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