Ahora bien: el Pelícano era inofensivo. Alguna vez había sido símbolo de la paternidad responsable. ¿Acaso no le regalaban a los niños, para la Primera Comunión, un Pelícano de plástico en miniatura? Debía de tener originalmente un sentido religioso, pero después los niños lo usaban para jugar, hacían guerras de Pelícanos, carreras, expediciones a una selva de macetas en el balcón.
¿Dónde estaba? ¿Adónde se lo habían llevado? Podía descartarse de plano que se hubiera escondido él solo, o que hubiera dejado de existir. Su desaparición de los sitios donde se lo exhibía lo volvía paradójicamente más presente: podía estar en cualquier parte, en todas, la ciudad se revelaba como lo que había sido siempre, una madriguera de escondrijos. Todos sabían que en su casa no estaba, pero podía estar en la de al lado, y todas las casas eran las casas de al lado. Su latencia se hacía ominosa
CORREO ARGENTINO
DESCUENTO DEL 10% POR TRANSFERENCIA BANCARIA
Protegemos tus datos