El palomar transcurre en La Plata, la recreación del ambiente permite transitar las calles, reconocer las voces, los rituales, la idiosincrasia. Allí conviven el platense de barrio y de repente el de clase media que se cree superior y dice: “yo soy normal”, “lo guaso, lo grasa, todo eso me parece detestable” ante las injusticias y las diferencias sociales.
Una ciudad como tantas otras con los matices, las mixturas, la participación en la historia.
Allí el protagonista acepta un “asunto”, “un laburo”, soñando que lo eso lo llevaría a ser jefe de una facción de la hinchada de Gimnasia, su equipo. De un lobo con sus códigos, con su bosque, con sus facciones y sus agites. Con el mundo propio y singular de una hinchada fuerte en la ciudad. Durante la narración cuenta su vida como remisero, evoca el día que le propusieron “el trabajo” y los vínculos con los que transitó esta situación desafortunada.
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