Gabriel está dejando de ser niño. Crece en su barrio, El Viaducto, entre la villa Mariel, las vías del Roca y el arroyo Sarandí. Gabriel tiene un amigo grande que duerme en el cementerio. Aprende mucho de él y de las tumbas. En el barrio de Gabriel, el agua podrida del Sarandí se incendia. Juega con una barra de pibes, aunque jugar, cuando se vive en El Viaducto, también es jugar con la muerte.
Un país está dejando de existir. Los ochenta están comenzando y la infancia va quedando atrás entre damajuanas de vino, colectas para pagar por sexo, amistades probadas en el peligro y el miedo. Hay muerte y hay pérdida al final de la infancia. Pero lo que nunca se pierde es el deseo, y El origen de la tristeza no renuncia a la alegría.
En esta novela con mucho de autobiográfico, Pablo Ramos exhibe sus extraordinarias dotes de narrador a través de una escritura luminosa y precisa, de ritmo apasionante, que sabe que el humor es más poderoso que la autocompasión y que, si se la deja vibrar, la vida se abre paso incluso donde no se ve camino.
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