«En adelante, a mis ojos, Francis Bacon iba a encarnar la pintura más que ningún otro artista. […] Desde esos tiempos de juventud, su pintura ya nunca me abandonaría. Porque se engancha a ti, vive en ti, contigo. Un tormento que se aferra y no te suelta más. Sus “personajes en crisis generalizada”—crisis moral, crisis física—, como escribe el crítico inglés John Russell, viven a tu lado y te recuerdan sin cesar que la vida es esa cuerda tirante tendida entre el nacimiento y la muerte. Esa vida que te aporta visiones exacerbadas, un vecino de hospital, de asilo […]. La pesadilla está cerca: dolores, gritos, un cuerpo replegado sobre sí mismo, concentrado en las contorsiones, en el sufrimiento incluso. El terror se mantiene ahí, instalado en esos personajes que aúllan en silencio. Una crueldad desplegada y visible, revelada por esos hombres tapiados en un cuadro espacial».
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