"¡El hombre de la arena! ¡El hombre de la arena!". Yo corría a esconderme en el dormitorio, y la noche entera me atormentaba la imagen pavorosa del hombre de la arena. Ya era grande para darme cuenta de que el cuento de la criada sobre el hombre de la arena y los niños en la luna podía no ser cierta; sin embargo, el hombre de la arena seguía siendo para mí un espectro terrorífico, y me horrorizaba no solo al oírlo subir las escaleras, sino también cuando abría con violencia la puerta del gabinete de mi padre y entraba en él.
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