A través de sucesivos encuentros con un enigmático compañero con quien se reúne a tocar el violín, Erika Ewald experimenta el amor, aunque es incapaz de expresarlo. Luego de un largo período, en un reencuentro azaroso en un concierto, se reencuentran. Erika se sorprende al verlo y practica las palabras para decirle con mucha cautela.
Los dichosos recuerdos del día pasaron bailando como un veloz juego de sombras ante ella. Hoy había estado con él… Habían vuelto a ensayar juntos para su concierto, donde ella acompañaría a su violín. Y él había interpretado para ella a… Chopin, la balada sin palabras. Y luego las suaves y amorosas palabras que le pronunció, ¡cuántas palabras amorosas! La larga caminata en la solitaria noche de invierno los había acercado. Cuando se dieron la mano para despedirse, los dedos pálidos y fríos de ella yacieron indefensos en su mano fuerte durante mucho tiempo, como si los hubiera olvidado. Y se separaron como viejos amigos.
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