Con un pragmatismo encantador y una prosa salvaje, Cristoff se despacha un libro tan raro y peludo como un cangrejo yeti. Creo que era Paul Léautaud el que decía que solo vale la pena leer libros únicos, que nadie más pueda escribir, que esos son los realmente indispensables. Libros indomables como este, por cierto.
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