La mayoría de las decisiones que tomamos en nuestra vida las hacemos estando dormidos. Casi arrastrados por un estado de inercia. Cuando reaccionamos, el paso ya está dado y el resto del tiempo nos quedamos ahí -atrapados- intentando hacer algo con eso que ni advertimos haber decidido.
Hay cosas que no se deshacen. Querer intentarlo es verle la cara a la frustración.
Por el contrario, se hace necesario un viaje a nuestro mundo interior.
Si registramos lo que hacemos y sentimos, ganamos libertad y la posibilidad urgente de conocer nuestros deseos más profundos.
¿Quién soy? ¿Qué quiero? ¿Cómo lo quiero?
Ser conscientes de lo que sentimos: decirlo, palparlo y nombrarlo son formas en las que logramos adueñarnos de nuestra vida. Cuanto antes despertemos a nuestro mundo interior, más sabias y honestas serán nuestras decisiones.
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