Degenerado es la historia de un proceso judicial. Empieza una noche gélida cuando un hombre se dispone a hacerse un té y leer después de una larga jornada. Pronto lo distraen las luces de gendarmería: fuera de su casa los vecinos se agolpan, y, a medida que corre el rumor de que el hombre es un pedófilo, se arma una batalla campal. A los animales del corral, por su parte, no les interesa saber si el vecino es o no es un pedófilo: quieren comer, abrir la boca y que el dueño les eche algo. Mientras, algunos vecinos ya piden la cabeza del hombre: como en las plazas públicas, sacan fotos al condenado, y los chicos son alzados sobre los hombros. La madre del acusado está ausente, está presente, es testigo: ese es siempre el drama del amor materno. El acusado acepta pelear hasta el final contra todo y contra todos, porque ¿quién está seguro de haber cometido un error? ¿Quién se puede autoinculpar? En la noche estrellada, ¿dónde empieza el criminal y dónde el hombre honesto?
Degenerado podría ser el cuento de un borracho o de un hombre que recuerda la guerra, pero sucede en tiempos de paz, en plena democracia capitalista. Degenerado, es, pues, un laberíntico y sórdido monólogo pronunciado con un hilo de voz: el hilo de voz entrecortada de un hombre que, enfrentado a una sociedad que le pide que sea alguien, que exista, le devuelve lo peor de que es capaz.
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