Una mujer le explica al doctor que su marido se ha partido el cráneo con un hacha al caerse de la cama. Un chico revisa su buzón dos veces al día esperando una carta de los padres que le abandonaron al nacer. Un hombre solitario se entretiene respondiendo a las constantes llamadas telefónicas que recibe por equivocación. En el día del cumpleaños de una ama de casa, su marido insiste en hacerse cargo de todos los preparativos para la fiesta. Otra mujer lamenta no haber caminado nunca cogida de la mano de su padre mientras va de camino a su funeral. Agota Kristof reunió en Da igual veinticinco cuentos que había escrito desde que se exilió de su Hungría natal y se refugió en Suiza, donde tuvo que aprender a hablar, leer y escribir en una lengua que no era la suya, como explica en su relato autobiográfico La analfabeta (publicado en 2004, apenas un año antes que estos cuentos). Así, estos son sus primeros textos escritos en francés, que mantuvo en reposo durante décadas, todavía insegura de su vocabulario y de su estilo, pero acuciada por la imperiosa necesidad de escribir. Son cuentos muy breves bañados en una atmósfera extraña y perturbadora, como pesadillas reveladoras, que corroboran la visión del mundo de Kristof como un lugar inseguro, hostil, en el que la desgracia puede manifestarse en cualquier momento. Esta descripción minuciosa y clínica de la maldad recorre prácticamente toda su producción literaria, y aquí se nos expone sin intermediación, con los hechos al desnudo. Conflictos familiares, traumas infantiles, brotes de locura, decisiones letales… Da igual, nada importa, la vida es así de despiadada y nadie la puede cambiar. Aunque quizá, después de todo, quede algo de espacio para la compasión y la ternura.