La eficacia de una institución es mayor cuanto menos conciencia de su funcionamiento real permite. Esto vale para las familias. El narrador de Contando armas no se distrae en explicar o interpretar la suya. Prefiere imaginarla, y en la ficción postula una familia imposible, con padres que se separan, mueren y vuelven a vivir y a convivir incesantemente solo para infligirse e infligir a sus hijos el tormento del poder del amor. La novela de Berdichesky es eso: el poder del amor visto desde abajo manejado con el único recurso que viene de las generaciones: el arte de narrar. A las metáforas de la neurosis, la locura y la salud mental, este autor prefiere la destrucción instintiva de presas y depredadores. No hay remedio, salud ni equilibrio para la especie. Solo armas es lo que cuenta. Por eso elige narrar como quien arroja sobre los odiados-amados el primer objeto que le viene a la mano: El relato.
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