Las muertes tendrían que ser todas iguales. Uno de repente se cae muerto y listo. Nada de sufrimiento ni dolor. Ya bastante desagradable es tener que irse del mundo —dijo Jill. —Es que para Dios todas las muertes son repentinas —contestó John. —¿Por qué? —Porque Dios puede hacer milagros. —¡Increíble! —exclamó Jill—. Entonces es como si Él fuera el último en enterarse. La torta está riquísima. ¿Alguien quiere un poco más?
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