Lila Gianelloni tiene la infrecuente virtud de iluminar con un resplandor singular -inconfundiblemente suyo- todo lo que cuenta. La mirada que echa sobre el mundo que la rodea, la agudeza con que ahonda en las relaciones familiares y de amistad -o de in-amistad-, la voz engañosamente calma con que nos comunica ese mundo y esos vínculos, hacen que cada hecho narrado, por mínimo que parezca, nos sorprenda y nos cautive. ¿Se puede descubrir dignidad en una gallina?, ¿rastrear cierta escondida trama familiar detrás de una muñeca a la que le faltan los ojos? Lila lo consigue. Sin estridencias, nos hace experimentar el miedo, o la nostalgia, o la desolación, o la crueldad, o la profunda humanidad que anida en cada una de sus historias, de una manera tan potente que calan hondo en nosotros y nos dejan ese sabor perdurable que solo ciertos escritos privilegiados son capaces dejar. Intensos, sutiles, bellos, estos catorce cuentos ratifican lo que ya se percibía en Mapamundi, el primer e inolvidable libro de Lila Gianelloni: nos encontramos ante una escritora única; leerla provoca una intranquila felicidad.
Liliana Heker
CORREO ARGENTINO
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