Más que una sombra terrible es una voz, o el eco de una voz, lo que resuena por la pampa y atraviesa la trama de Bajo lluvia, relámpago o trueno: la voz de una mujer que busca su destino final, la voz de una muerta que interpela, que indaga, que da órdenes. Una voz que empuja a Rudes, Elena y la narradora a recorrer, con el cajón a cuestas, la siempre imprecisa distancia hasta Villa Evangelina, el lugar donde la muerta pidió ser enterrada.
La travesía de esas tres mujeres en la carreta de Pedernera –el hombre al que le falta un ojo– va dejando un surco en un tiempo, vagamente localizable en algún punto del siglo XIX, y en un espacio de contacto inmediato con una naturaleza que ya no existe: hierbas, flores, plantas, animales, cielos, horizontes. Un campo lleno de amenazas y de posibilidades, un campo que abre las puertas a la verdadera experiencia.
Fermín Eloy Acosta construye, con un oído notable, una lengua extrañísima que funciona como punto de condensación de un universo a la vez fantástico y marginal. Una lengua que repone palabras en desuso y las hace circular con un lustre nuevo, con un brillo poético. Ahí, en esa lengua, en su modo de encabalgarse, reside la fuerza de este texto; es desde allí que brota ese sonido espectral que no para de acechar.
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