Islas minúsculas donde apenas caben un náufrago y su pareja, mascotas que replican a sus dueños, reos que exigen la visita del barbero. Esas son sólo algunas de las situaciones que Ros ha inventado para decirnos que lo cómico nos acecha en todas partes, a todas horas, en medio del combate de la vida diaria.
¿Cómo trasponer ese espacio de humor ligero del Harper’s, del New Yorker o del Play Boy a una vorágine de humor macabro como el nuestro? Ros lo hace muy bien y el resultado es la paradoja, no necesariamente mexicana, del esposo que llega a dar órdenes a casa y a pedir su cubita bien sudada, siendo que la esposa lo ha dejado sin calcetines y la casa vacía…
¿Eso es nuestro? ¿Es del mundo? ¿Así se ríen los japoneses también? Tal vez sí. De ahí la fortuna del humor blanco de Bajar la guardia. A fin de cuentas, humanos somos y vergüenzas pasamos todos
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