“Uno de los mayores desafíos que enfrenté como artista y mujer es el conflicto entre que me importe alguien, amar a alguien, y al mismo tiempo permanecer íntegramente dedicada a mi arte”. En estas memorias, la artista plástica Celia Paul aborda esta dicotomía con un registro íntimo y sin autocomplacencia. Atravesada por el impulso de dedicarse por completo a la pintura, la autora narra la relación con sus padres y hermanas, su vínculo con Lucian Freud -con quien tuvo un hijo- y los entretelones de la escena artística londinense en los años ochenta, una escena dominada por figuras masculinas como el propio Freud, Frank Auerbach o Francis Bacon. “A lo largo de la historia, las mujeres fueron más reconocidas como temas del arte que como artistas. Muchas mujeres terminaron convertidas en grandes musas de los grandes artistas por su soltura para entregarse y su talento para la quietud. Como pintora, hay que inventarse una estrategia. Yo siento la necesidad de levantar barreras para proteger mi soledad”.
Con una sensibilidad y lucidez admirables, Celia Paul escribe entregada a una completa honestidad no solo con los lectores sino, sobre todo, consigo misma.
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