Con una escritura dura como la cotidianidad de sus personajes y su estilo franco, potente y despiadado, Ana Paula Maia revela la humanidad allí donde solo parece haber brutalidad y crueldad, desplegando una vez más, como ya lo hizo en De ganados y de hombres con el mundo de los mataderos y los aturdidores, esa maestría para retratar el submundo de las sociedades contemporáneas.
Una colonia penal en vías de desactivación, emplazada en un terreno con un pasado de asesinatos y tortura de esclavos, construida para ser un modelo de detención, se convierte en campo de exterminio. Melquíades, director y autoridad máxima del lugar, caza a los reclusos como si fueran animales solo por satisfacción personal. La cárcel pronto se transforma en una arena donde los presos, cada uno con su propia historia de violencia –todos han sido condenados por crímenes graves–, no hacen más que planear la propia fuga, sin saber si van a acabar muertos por los guardias o por lo que los espera del lado de afuera de la colonia.
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