Sobre expuesta al influjo de los grandes músicos y artistas que frecuentaban el hogar de su afamado progenitor, germinaría la voz de la que estaba llamada a convertirse en acaso la más prodigiosa cantante que haya dado la canción popular afroamericana. Tras dar a luz a dos hijos en su azarosa adolescencia, los dejo a cargo de los suyos para trasladarse a Nueva York y templar allí su instrumento -sin demasiada suerte en sus primeros intentos-. Habría aún que aguardar a que un inspirado productor la convenciera para que desempolvara sus raices gospelianas, momento en el que la fama y la fortuna empezaron, finalmente, a sonreirle con la expropiación de 'Respect'. Inasequible al desaliento, encontró siempre el modo de sobreponerse a las no pocas adversidades con las que tuvo que lidiar a lo largo de su carrera para resurgir de las cenizas e imponer su ya incuestionable magisterio. David Ritz, escriba de sus memorias, nos ofrece el muy necesario contrapunto a aquella autohagiografía, echando mano, para esta ocasión, de las fuentes que componían el circulo familiar de la artista, y contrastando cuanto cumplió, al oficiar como negro, con los testimonios de quienes convivieron y trabajaron con Aretha.
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