María Negroni, la amanuense y médium ideal de Emily Dickinson, se atreve a escribir este libro, de una precisión magnífica y una especie de impersonal rigor, para que la obra de la poeta de Amherst nos ilumine sin reservas con su singularidad y su autonomía inabarcables.
Una niña del siglo diecinueve, a quien su padre leía el Pentateuco, descifra el alfabeto de fábulas de su vida, en la que sucesiva o simultáneamente sería zorro y erizo, cierva y depredador, flor de sombra, flor de luz, ave, círculo afianzado, atisbo, garabato. Y, de ese modo, se presenta como es y logra inaugurar su lado oscuro, todo lo que no es. Entre otras cosas, la más poderosa clorofila poética en la que pueda pensarse si se habla de la botánica inherente a la realidad de la vida. Y a su clave de sueño.
María Negroni encuentra a Emily Dickinson con la lealtad y la agudeza que consienten la perseverancia y el amor de haber sido su traductora. Su Archivo Dickinson se afianza en cada una de sus edades con una puntualidad perfecta. No hay enamoramiento sin hechizo, pero el hechizo no es un excedente de la vanidad ni una campaña de proselitismo para que el ego gane sus triviales batallas. El ser que cambia es mucho más importante que ese yo que se muestra con la misma gracia y la misma versatilidad con la que la divinidad se oculta. El movimiento y la mutación son su esencia. Revela, sin engañarnos por la exhibición del método, sin decirnos exactamente cómo, el amoroso accidente, la amorosa deficiencia de existir, su poético desajuste.
(Luis Chitarroni)
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