Aquí estoy, todavía, subraya Alejandra Pizarnik en la última carta que le dirigió a Ivonne Bordelois en julio de 1972. Y aquí están, ambas, en esta correspondencia que podría denominarse inédita por el gesto que implica su publicación: el de restituir la conversación entre dos poetas pero, sobre todo, entre dos mujeres que supieron construir una amistad sostenida de la poesía, sin más agregados que el de las palabras que se dirigieron una a la otra durante 11 años. Aquí está, también, una faceta de Pizarnik que suele quedar ensombrecida detrás del mito de la poeta suicida: su ternura y su luminosidad, su gracia y su humor, su generosidad y su enorme capacidad de trabajo con el lenguaje.
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