Todos los artistas, de cualquier disciplina que sean, en algún momento se enfrentan al mismo problema: dar con el tronco de lo esencial, donde en principio no hay nada, donde no pasa nada, donde nada atrae a nadie, y no detenerse por eso, o ir directamente por la rama del efecto, del pintoresquismo, del tema, una rama mucho más rápida y siempre rica en fuegos artificiales, en explosiones de singularidades aceptadas de antemano, y que lleva a todo el mundo al mismo lugar. Kacero es de los primeros. Una maravilla y un misterio, las dos cosas a la vez. ¿Cómo puede ser que un artista visual que nunca había escrito nada se convierta de pronto (lo imagino lápiz en mano, acercándose a una libreta igual que un cirujano a un pedazo de carne) en uno de los mejores escritores contemporáneos? No tengo la respuesta, pero me hace acordar a un poema de Francis Picabia: “Los ojos de los gatos que miran a los pájaros / son ojos que piensan. / Los ojos de los pájaros que miran a los gatos / son ojos que dudan. / Mis ojos se cierran / para meditar sobre los milagros”.
CORREO ARGENTINO
DESCUENTO DEL 10% POR TRANSFERENCIA BANCARIA
Protegemos tus datos