Los poemas de Antitierra concentran su pulso en la reinvención de toda certeza, porque trabajan sobre la trama donde lo visible se articula con lo decible para armar un verdadero sensorium, es decir, una forma personal de pensar y sentir las cosas. “No confío en nadie que no pueda cerrar los ojos”. Claro, porque ejercer esa mirada —sentir, decir— no puede ser nunca una operación plena, sino una experiencia de obturación, de intermitencia entre las palabras, los sentimientos y las cosas: es el parpadeo, no la mirada, lo que nos vuelve confiables, reales. Si la materialidad es siempre un signo irrefutable, final, Antitierra pone toda su energía en mostrarnos, en cambio, las tramas de una imagen, el desenvolvimiento de una idea, las transformaciones de una emoción, como si no hubiera nada definitivo, como si la poesía fuera la encargada privilegiada de mostrarnos ya no las cosas, sino sus procesos, sus relaciones, y entonces la escritura se nos presenta como una forma de destejer este mundo, el nuestro. Pero, como en un acto de prestidigitación, al destejer comienza a tejerse, en su lugar, otro: el poema.
Matías Moscardi
CORREO ARGENTINO
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