Sí, en este libro de Silvina Cafaro hay algo vivo: su escritura. Y también sus personajes. Mujeres, hombres, niñas, niños, madres, padres, hermanos. Y los animales, desde un perro hasta un conejo más terrorífico que el de Alicia. Porque, en él, lo habitual siempre está enrarecido y el ambiente, iluminado por la dulzura de un velador, se puede transformar en lo contrario. En uno de los cuentos, se dice: "Uno vive muchas vidas en una sola". Y esa tal vez sea la mejor condensación de estas historias en las que se cuenta la muerte con una belleza que, en su crueldad, no oculta la pena. Caen gotas de sangre que pintan lunares en el porcelanato blanco del palier. Esos lunares recorren cada página de este libro. Quizás estos relatos evoquen el refinamiento cruel de algunos cuentos de Silvina Ocampo y otros de Felisberto Hernández, donde no hay oscuridad, sino la dulzura siniestra de lunares, manchas contrastantes que, finalmente, conducen al más temible e inesperado de los misterios: el de lo cotidiano.
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