¿Qué es una novela joven? ¿Escribir en lunfardo millenial con texturas de un lenguaje desfigurado, depresivo e inconexo, atacar la ideología de las redes? ¿Cómo deshacer la época que nos toca y su tiranía, -el trending topic por días, el monotema infernal-? La juventud, esa Hiroshima, esa estafa, esa manía, ¿cómo hay que escribirla? Este libro termina de abrir el telón con un simulacro de evacuación en un barco con emails y misivas de amor exasperadas a alguien que no está. "Quería ser libre. Bueno. Qué concepto de mierda: la libertad: ¿Ser libre al final es ser un victimario sin culpa?", se pregunta el personaje. Luego vendrá el largo poema en un idioma nuevo, como un proyecto de excavación (antes que de evacuación), de la palabra. Escrita con mayúsculas, con muchas eee y con notas al pie que desmienten la escritura hasta alcanzar el crimen: "Mis ancestros son asesinos. Mi papá siempre fue un asesino. Un violador. Esa es su naturaleza". La escritura de esta novela ataca las máscaras e intenta una y otra vez sacarlas para ver qué hay debajo. "Llegamos a este mundo y empezamos a desmoronarnos", dice. Escribir tiene que ser, ante todo, este instinto destructor y revolucionario, destruir qué: uno mismo; la revolución para qué: para saquear la lengua. Escribir tiene que ser, verse muerta, como hace el personaje de Acá empieza a deshacerse el cielo. Lucila Grossman lo intenta todo en este libro, léanlo.
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